Adónde vuelan las hojas

Notas que se enojan
al tempo que marca la tormenta,
las corcheas, las blancas
y las rosas
dime esta mañana
adónde vuelan las hojas.

Cielo desesperanzado,
la partitura del viento se dobla,
la lluvia se desvela,
y yo preguntando
adónde vuelan las hojas.

Quizás las del roble se engarzan
en el viento más rudo y alado,
y las más viejas,
a lomos de su caballo,
con su bronce
hacen collares dorados.

Quizás mi rosal,
los pétalos que llora
se posan en el nidal
del donjuán de las alondras
y abriga a sus amores
en sábanas de rosa.

Quizás navegan sobre un lago
sin arrugar su cara
suavemente las hojas del castaño,
frunciendo una enramada
para ocultar bajo palio
a las Náyades de sus aguas.

O quizás en la tormenta,
sobre el pavimento triste y mojado
el pétalo de mi rosa
muera en su aroma desangrado,
sin su color de antorcha,
embadurnado de barro,
y yo preguntando
adónde vuelan las hojas.


Ruido


Las bombas se carcajean,
arrogantes,
salen los tanques,
explota la guerra,
braman los soldados,
rebuznan los generales,
asustados
los cristales tiemblan.
Lloran los angelitos
se despiertan enfadados
¡hacéis mucho ruido
por ahí abajo!



El ayer es tan lejano

Traigo de lejos
temblorosa la mano
y un jadeo incesante en el pecho,
del inaccesible monte
del pretérito tiempo.
El ayer, aun sin niebla, es tan lejano
que aspira a ocupar primero
mi cuerpo cien años venideros
que un solo segundo atrasado.



Fusil y pecho

¡Arriad la risa!
¡Silenciad su vela blanca!
la maldita brisa
no galantea esta mañana.

¡Llanto vuela!
en la soledad de la aurora,
nadie sepa de esta pena
nadie cuide donde mora.

¡Resbalad hojas!
en el tobogán del tiempo,
mi batalla es la tristeza,
a un tiempo soy fusil y pecho
¡Cómo coño gano yo esta guerra!






Los que no duermen

Las fronteras de los sueños,
puertas del claroscuro,
confunden en sus quicios
al epílogo del despierto
y al prólogo del dormido.
¡Váyanse de este mundo!
¡Escriban sus testamentos!
que otra noche yo no muero
soy eterno moribundo,
errante entre los vivos
firmaré mi testamento
en él siempre suplico
la rúbrica de Morfeo.

Espantapájaros enamorado


                        I

El camino que se derrama en la era
antes que yo remozara su nombre
fue "la vereda de los trece robles"
hoy sólo lo llamo con el nombre de ella.
En mitad del camino que va a la era
trabajo en los luengos campos de girasoles,
cielo amarillo, conjuro de sol y sus ardores,
rayanos a la ventana en que la hilandera
vuela sus coplas entre sus labores,
y cuando el viento del sur se las lleva
teje la rivera con su cantar de amores,
vistiendo todo de mocedad y luna nueva.
Y yo yerto, en el más elevado de los alcores
sin despegar mis ojos huecos de esta tierra
sin que mis pies de sus surcos se desabotonen.


                        II

Cómo describirla, trazarla en un poema,
no sabría ni en cien estaciones
esta lata herrumbrosa que es mi cabeza,
hueca por dentro, de herrumbre por fuera
a semejanza, supongo, a la de los hombres.

Cómo mirarla, con esta mirada muerta,
perforada, que me asestaron los dioses,
la más feroz en mí de sus condenas,
pues en mis ojos sólo se esconden
en sus entrañas, dos oquedades yermas.

Cómo amarla, con mi corazón de madera,
con mi esencia indolente de roble,
que compusieron mi pecho de una traviesa
encallecida de arrostrar pisotones
bajo los raíles de un tren de vía estrecha.

Cómo decirla, si mi boca es una mueca,
ilusoria, un garabato, incapaz de que broten
las palabras de sus labios, amordazados poetas,
su silencio forzado y luctuoso esconde
el sufrimiento sin recitar de mis poemas.
  
Cómo enamorarla, con mi ajada chistera,
alanceada por las picas blancas del norte,
con mi pelliza marrón que da sombra vieja
que ha bordado el tiempo de jirones
que huele a la humedad que vomita la yedra.

Y cómo abrazarla, en el cementerio de esta noche,
si cadenas de invisibles eslabones
almidonan mis brazos de ramas secas,
quebradizas, desplumadas de su brotes,
que dan abrazos abiertos que nunca se cierran.







Sueños de galeote

Como huyendo del marfil los colores
y la luz queriendo brincar afuera
en cada diástole de las estrellas
así nacen los sueños del galeote.

En las mejillas de los mascarones
apresan los besos de las tormentas
¡remad, remad, prófugas entelequias!
o fantasía o muerte, sin captores.

Su cuerpo esclavo en fábulas huido
no pudo despertar hoy de ese sueño,
sobre su remo por el mar vencidos

malvas se mecen sentados sus restos,
arrullo al averno de ponto henchido,
azul sepultura y sepulturero.

Saetas en el jardín

Saetas hay muchas
llorando en el jardín
es la más serena (para mí)
¡escucha escucha!

la de notas de lluvia
en su orquesta al discurrir
¡qué himno gris!
de gota y hermosura

¡qué alas oscuras!
escurriendo en nuestro nido
retejado de carmín

refractando la luna
transparente, te dijimos
lluvia, que no sabes mentir.




Corazón a contraluz

Dibujé un corazón en el cristal
y no pude verlo desde dentro
con la ceguera del sol cayendo
en la tarde ojerosa y otoñal.

Desde el jardín lo viste tú
era evanescente,
traslúcido y silente,
era un corazón a contraluz.


¿Anochece?

La oscuridad muerde traicionera
al descuidado atardecer que desoye
al reloj pregonero de las tinieblas.

Las luces sintéticas de los hombres,
hijas bastardas de las estrellas,
encienden la garganta de la noche
y no dejan que nuestro día muera.


¿Quién siempre...?

¿Quién empuja el viento contra la arena,
e instaura la frecuencia de las olas,
quién estipula el tiempo de la aurora,
quién puso la luna en aquella almena?

¿Quién de los rayos su rumbo diseña?,
dime quién es la mente bordadora
que entrega el amor cuando te enamoras
e ingenia el olor de la hierbabuena.

¿Qué cadena sustenta a las alondras
en bóvedas de esta pócima azul?
¿Quién enrojece el campo de amapolas?

¿Quién guía el alba siempre hacia la luz?
y ¿por qué la envuelve siempre de aureolas?
¿quién?... ¿dios cimero? ... quizás sólo albur.

 


 

A quien talla el viento

Hay una nota velada en el viento,
escondida entre gaitas sueña un tono,
aguarda en un fol su anhelado rostro,
  cincelado entre manos y punteros.

Hay un redoble escondido en el trueno,
que pone ritmo de lluvia al magosto,
brama en el valle por cada recodo,
nace del tambor del tamborilero.

Modelando la brisa como el barro,
cual mesnada que reconquista el aire,
van los aparejos de los templarios.

Entre castaños conjuran sus bailes,
y hasta los muertos en Todos los Santos
bailan huyendo de sus cenizales.



Noche de nieve

Cuchilla cana que mi pecho abrasa,
como gélido polen de una estrella,
en una noche pávida cualquiera,
de las de ventisca y luna nevada.

De esas noches de nadie enjabonadas,
de nieve virgen sobre las aceras,
que al tiempo te lapidan y besuquean,
ardiendo como el frío de la aijada.

Puñal de puño blanco purpurino,
cuarteando el cantal de nuestra muralla,
cercenando madrigales y trinos.

Eslabones de travesía extraña,
primero pétalos enardecidos,
más tarde cadena serena y clara.

Caen las hojas de mi árbol

Llueve hoy sombra debajo de mi árbol,
llueve lúgubre, furiosa y cuajada,
yo que rogaba umbría la mañana,
de agosto un mendrugo de sol robado.

Me abrazan sus ramas cuando me caigo,
y si busco mi luna en noches claras,
se apartan flexibles, disimuladas,
y me encuadran como dentro de un halo.

Bautizado septiembre de aguacero,
arrastra al suelo mi frágil tesoro,
que la lluvia cansada se ha sentado,

cálamo a cálamo va deshaciendo
su cumbre otoñal, su birrete de oro,
estelas en un verde amarilleado.


Mi último deseo

El misterioso fondo del estanque
me roba la mirada y la sonrisa,
luego las oculta cuando la brisa
las desvanece entre el agua ondulante.

El viento bullicioso y un instante
desentierran mi efigie sumergida,
que morirá trémula e imprecisa
en un quebrado cristal centelleante.

La sombría muerte oprime mi sueño
y me acarrea en su fardo hasta su mundo,
desisto de ser mi guía y mi dueño,

mi espectro se escabulle vagabundo,
reclamo, sereno, mi último deseo:
no es dios ni el cielo, es tu amor profundo.




Pequeña muerte dejas

                        
                        I
              Arañas Del Norte

Dejó aquella noche pequeña muerte,
blancas arañas del norte trenzaban
en mi jardín jardineras de nata
y sobre mis flores tumbas de nieve.
Deja el amanecer pequeña muerte,
pequeña muerte en aurora de plata,
en la alameda un osario de ramas
que desollan las cuadrigas celestes.
Pasando dejan perfumes mojados
el junco de la espalda retorcido,
la pupila del farol titilando,
tiemblan rotos por un viento infinito
en mi choza postigos deshojados
malheridos de defender mi estío.

                  
              
                       II
          Nubes Desplumadas

Dejó aquella noche pequeña muerte,
lloraban las ventanas empañadas
lágrimas de bruma que dejan llagas
en mi cristal, heridas transparentes.
Dejará la tarde pequeña muerte,
nubes, casi sin sangre, desplumadas,
van golpeando sus livianas aldabas
sobre las rúas lamidas de gente.
El airado viento sigue picando
con la osamenta de un castaño herido
contra mis postigos ya pespuntados,
son astas de un invierno enfurecido,
pues marzo quiere vestirle su sayo,
sayo de estampados astros floridos.

                                      

                     III
    El Invierno Mira Su Fantasma

Enhebra el primer trino un rayo imberbe,
surge la rosa como la palabra,
encerrada,  pero  alguien le pone alas,
alguien le pone fuego rojo y verde,
el verde, tierra, nace de tu vientre,
el rojo, de selene sonrojada.
Y el invierno muerto mira su fantasma,
azadas de lumbre le desvanecen.
Limó el sol el yugo de su pescuezo
a las nieves que bajaron al río
por los senderitos de los deshielos,
deshace sus trineos de espejitos
del glaciar rasgado en dos mil inviernos
por todos sus dientes marfil mordido.


Vagando por una calle cualquiera, por un parque, una feria

Vagando por una calle cualquiera,
por un parque, una feria, mi mirada
fisgaba la primavera galana,
¡Qué letras anárquicas de un poema!

Vagando por una calle cualquiera,
por un parque, una feria, soñaba
soñaba palabras desordenadas
las palabras descompuestas de un poema.

Mi prosa, confusa, será poesía
si sus latentes versos los enreda
mi yo poeta con sus altanerías.

La reina, poesía. La prosa, alteza,
y yo te dibujaré, amor, mi poema,

que todo es prosa, todo poesía.

Mi alcazaba

A modo de CoRoNa, mi alcazaba,
reina mimada del valle y sus montes,
ha robado un pellizco al horizonte,
lo tiene escondido entre sus murallas.

Vigilan su portón dos atalayas,
tan encumbradas que al cielo le hieren,
tan apartadas que sus ecos mueren,
cual memoria de paloma exiliada.

Sueñan en su pétreo escudo dos soles,
y  junto a ellos dos manos abrigadas,
nunca vistieron armas sus blasones

Su puerta nunca estuvo encadenada,
enmohecidos duermen sus eslabones,
pues no hubo motivo para levarla.