Aceitunas

La aguja andaluza
mientras voy vareando
teje en los olivares
en mis encendidas manos
huesos de aceituna
encallecidos guantes

Revuelta

Del patrón
brotará el líquido rubí,
de su cuello.

Del jornalero
un sobrevivir,
del hambre, su voz.

Escarlata feroz,
la sangre así
será su consuelo

¡Qué episódico sentir!
el del manso cordero
mordiendo a su pastor.

Sueños de mar

Hipnos quiera despertar a la luna,
venir a cuidar mis chiflados sueños,
que son tesoro maganto y pequeño,
sin embargo son toda mi fortuna.

Como cada noche quiero soñar
ser de un barquito timonel y dueño,
cuando el sol rendido caiga sereno,
¡avante a tus ojos!,  faros de mar.

Al vaivén de  un océano oscurecido,
en mi barco azul henderé otros mundos,
buscando tus luceros lazarillos.

A ellos, resuelto, eternamente arrumbo,
que el sol en su rueca sigue dormido,
  y con tus pupilas no lo confundo.

Moriré a lomos de mi corcel

Canten plañideras del bien llorar
que mi corcel fue abatido en batalla
con mis piernas en su lomo cinchadas,
de mi armadura herida el pedestal.

Compongan trovadores su cantar
a un caballo sin montura ajustada,
sin fustas ni bridas guiando mi espada
a los sueños de jamás despertar.

Yerto, agonizabas arrodillado,
no te quisiste, orante, recostar,
y en tus crines yo abracé mi descanso,

trotamos juntos a la eternidad
como cuerpos fundidos en centauro,
que no pudiste, muerte, destrenzar.

Camino sin caminantes

Camino, cuéntame si estás ahí,
si al mudarse mis pies te has diluido,
plegando tu alfombra marrón, sin ruido,
si un paso vacío va a ser tu morir.

Camino, cuéntame si estás ahí,
si en este atardecer te has escondido,
si germina la yerba que ha embebido
la ceniza de tu aridez febril.

Ya no se siente el rumor del sendero,
ni el crujir desabrido de los carros,
ni de los guijarros su tintineo.

Pasaje de olivos abalaustrado,
sin aliento y arrojo de viajeros,
sin pecho, de andares, acariciado.

Mi ataúd

Nunca supe inventar una sonrisa,
para ti, que meritabas un ciento,
no adiviné lo que ahora si comprendo,
no es cruel pasar, sino hacerlo deprisa.

Se quemó un atardecer cada día,
fue el sol desvanecido mi sustento,
poseyó este mundo miles de ungüentos,
sonidos, colores que no veía.

Hoy es mi cielo de miradas yermas
un limbo de diez maderas forjado,
y su esencia: murmullos de caverna.

Ya sin flores y trinos soslayados,
es mi condena una mortaja abierta
y un ataúd desde dentro arañado.

Rayo (caminito del ángel caído)

Baja un ángel caído el caminito,
un lamento dorado pasajero,
que es noche de madreselvas de fuego,
de corceles que atruenan los oídos.

Baja un ángel tiritando de frío
en el lomo de su esplendente trineo,
un querubín que han tirado del cielo
le dio muerte una flecha de Cupido.

En mi pararrayos se ha recostado
un relámpago de aguja de trigo
despeinando las tejas del tejado.

Firmamento retorcido de olivos
ilumina mi ser acristalado
el tiempo que vive tu escalofrío.

Astronauta

Días sin día que ahuyentan colores,
de ceniza negra y ceniza blanca,
cómo llamar día a eso que no mancha
de auroras el porvenir de la noche.

Días sin cielo sangrando azulones,
azulejos de siembras azuladas
y de palomas de espuma grisácea,
son de las aguas suyas los zurrones.

A salvo me tengo, desde esta nada
de esos hombres que voy olvidando
sus guerras, sus sueños, su compañía.

Desde los altares de mi mirada
su tumba redondeada es hoy mi espejo
y, desde aquí, lejos, no la siento mía.

Es todos los santos en La Losilla

Noviembre, memoria de despedidas,
de cómo van pintando lienzos blancos,
de cómo van cubriendo el campo santo,
de los chopos, las copas abatidas.

Noviembre, memoria de despedidas,
de los marmóreos y fulgentes mantos
que se visten en noviembre de mayo
con coronas en tristeza floridas.

Las choperas de miel están tatuando
sus ancianos y candentes colores
sobre las lápidas, en un abrazo,

las hojas que rescata el viento imponen
a cada tumba el último epitafio
mas se cuidan de no ocultar sus nombres.

Me encuentra la soledad (mi soliloquio andante de vivir)

No puede estar mi soledad sin mí,
dormir sus días de amor solitaria,
pues es mi alma ceñuda su alma amada,
sombra atada que me ha de perseguir.

Mar triste del invierno en que me fui
los charcos sobre los que navegaba,
el reflejo gris donde tiritaba,
espejo mojado en que me escondí.

Otra vez me ha hallado la soledad,
tardes de lluvia, siempre sois así,
ella sueña en mi almohada de olvidar,

en mi colchón se esconde en su crujir,
y otra noche en mi lecho a susurrar
mi soliloquio andante de vivir.

Si siempre perdona el cielo

Cuéntame que es lo que sabes del cielo,
a qué pórticos habré de llamar
para dormir limpio mi eternidad
allende el pútrido lecho del suelo.

Cuéntame que es lo que sabes del cielo,
quién será quien mida mi mucho amar,
si habré de purgar mi alma en soledad
o en pregón como escribas y fariseos.

Si humano es mentir o decir verdad,
sembrar tranquilidad o desconsuelo,
si es grandeza vuestra dejarme optar,

elegir entre lo malo y lo bueno,
si siempre, infiero, habéis de perdonar,
¡qué soledad, el diablo en el infierno!

El ángel de mi chimenea

                           I

 La tormenta al oído en mi ventana
afinó su clarín mientras dormía
exudando a través de sus rendijas
el perfume de un ánima extraviada.
Vistió al colarse de apariencia humana
a ese alma la tela de mi cortina,
que humeaba gris, grácilmente mecida
a su paso de aires de madrugada.
Abordando mis sueños de puntillas
"me he caído - me susurró - del viento,
de ese maldito viento del destino
que clava núbiles almas cautivas
a las escolanías de los cielos,
cual la mía, sin haber florecido".

                     II

 Con avidez cosí mi cristalera,
quise afuera dejar malditos vientos,
ungí de calor mi pequeño reino,
me enclaustré como si dios no me viera.
Con el mantón le arropé de mi hoguera,
un pequeño amor venido del fuego,
le he quitado sólo un suspiro al viento,
tu dios una alondra a la primavera.
Pasaron frutos hinchiendo alacenas,
murieron lunas encendiendo antorchas,
necio pensé: ¡quizás dios no se acuerda!
quizás olvidó apañar en su escoba
su ángel silente de mi chimenea,
de la primavera la última alondra.
               

                    III

Sin más fortuna que seguir viviendo,
sin más ambiciones que amaneciera,
al descuido de una gatera abierta,
al alba una calzada hasta los cielos.
Para el Señor asir a su cordero,
anudando la otra punta a una estrella
quiso alongar a mi alcoba su cuerda, 
¡quién puede vencer a dioses arteros!
Y negros, misereres, sin candela,
unos huesos de madera descansan
en el osario de la chimenea,
esa que en tus pupilas tremolaba
su pasión efímera de perseida
mi despojado ángel de la guarda.

Mi escalera

Descienden mis versos por mi escalera,
unos bajan limpios y acompasados,
otros distraídos y abigarrados,
unos trinan luz, otros graznan niebla.

Hoy son ilusión, mañana no sueñan,
unos caen ligeros, otros pausados,
rodando guerreros o delicados,
pero todos yacen en mis poemas.

Murmuran de parabienes y daños,
de un desconsuelo que nunca entendiste,
o particulares mundos extraños.

Los melancólicos te ponen triste,
los alegres brincan en los peldaños,
   recitando a los besos que me diste.              

Mi marioneta

Como brinca y brinca mi marioneta,
hilos de plata ordenan su camino,
sacudiendo su alma de rojo pino
por un sendero inquieto de piruetas.

Bajo inertes pupilas de muñeca,
vuela radiante su faldón de lino,
y va trazando sonrisas de niño
su vieja y deslavazada silueta.

Y mi polichinela gira y gira,
albedrío nimio entregan mis dedos
en las cuerdas trabadas de su lira.

Delira en su baúl de terciopelo:
Ser de Don Diego Velazquez menina,
lozanita pintada en carne y hueso.

A los muertos que viven en los cuadros

Al mismo Anubis, dios de muerte, engaño,
no acompaño su descenso al vacío,
y aunque no sienta dentro mi latido,
aún me percibo de vida abrigado.

También él, Tánatos, me anda buscando,
por su sueño me quiere bendecido,
mas jamás abordará mi escondrijo,
pues vivo en la pared, dentro de un cuadro.

De igual forma esquivo a Plutón y a Artume,
tras mi cristal cercado de madera,
nicho de un cuerpo que no se consume.

Si miras mi retrato, me consuelas,
presencia de vida que otrora tuve,
que logra que un poco de mi no muera.

     




Los paraguas

Enamoran a las lágrimas de agua,
con su pañuelo de melancolía,
del chaparrón por el que morirían
los plumajes negros de los paraguas.

Eufóricas  sus alas desplegadas
revolotean en el viento, en su ira,
juraron que nunca permitirían
fundirse lluvia y llantos en la cara.

Eran las rosas negras que nacían
como rosas rojas, pero al revés,
que en la tormenta oscura florecían

y con el sol se vuelven a esconder.
Nobles vuestras hojas, vuestras espinas,
como rosas rojas, pero al revés.



Juicio final

Cae el cabello de nuestra primavera,
envenenado muere por el tiempo,
por muerto doy del sol a sus arqueros
no sonrojan sus flechas esta tierra.

Se fue el verano y sus sombras pequeñas,
caminaron juntos amor y fuego,
el distante azul del final del cielo
y el calmo horizonte de las Nereidas.

Desligo de mis huesos mi fantasma,
han mudado cien siembras su plumaje,
alternado he la concordia y la espada,

que en juicio firme saldos me demanden,
a Satán prenda adeudo, al cielo nada,
sin dios mi alma, no la pretenda nadie.




Corriendo a la helada


Corriendo los paseos entre castañas,
pisando hojas lastradas de castaños,
las amontona el viento entre sus manos,
luego, con sus dedos, las enmaraña.

Corriendo los paseos entre castañas,
a la helada que está cuajando el barro,
sobre musgo entre piedras resbalado,
bajo el verde mojado de las ramas.

Quíone al horizonte, en lontananza,
desde su ábside comienza a saltar
a las peñas cenicientas descalzas,

celebra en las cumbres su soledad
recitando a la nieve su romanza:

soy el invierno y he venido a reinar.

Sopas de aire

No sostienen sus huesos este baile,
no cubrirán la sombra de sus párpados
el anhelo de unos ojos hinchados,
son humos fríos que traen sopas de aire.

Espectros que no ven tras sus cristales,
que perciben ecos de ollas de barro.
Su piel, de la osamenta, solo un manto,
sólo humos fríos que traen sopas de aire.

Dunas de hambres, pechos secos sin hoja,
embalses trigueños, peciolos muertos,
cuánto dolor traes, muerte, en tus esporas.

La siembra se pudre en el semillero,
cuántas vidas rompe, hombre, tu demora,
cuántas lágrimas que no atiende el cielo.


Vino tinto (del Bierzo)

Agua destronada de rúbeo cielo,
como un soplo de ocaso desterrado,
crisol del locuaz labio que has tiznado
de tu sangre, mi fuego en el invierno.

Cuatrero de las sombras y los miedos,
del color de la lluvia en los tejados,
que roba al corazón decolorado
latidos de amapola y de cerezo.

Se encadenen al amor en tu fuente:
mejillas rosas, afectos cautivos,
se evoquen ya marchitos y ausentes.

Nazca razón u oscurezcan motivos,
siempre presa en un sorbo impertinente,
tu alma; perfume libre en un suspiro.


Mi carromato

Que sean la yunta de mi carromato
dos bueyes sinceros y recelosos,
que pretenda el rumbo el más valeroso,
que pueda contenerlo el más sensato.

Que esboce mi yunta extendido rastro
en membrudo barro o ligero polvo
en paralelos surcos sin retorno,
que miren de la mano a su pasado.

Que hacia horizontes sedosos o adustos
obligue la coyunda el temerario
o que el más juicioso retenga el yugo,

mas siga esbozando mi yunta un rastro
que ningún rastro dejan los difuntos
que ya no son del camino escribanos.



Tiempo de libélulas

Ofrenda de guía entre los ramajes,
una promesa de agua en los caminos,
bitácoras traviesas sin destino,
nenúfares que ha levantado el aire.

Fruncidas trayectorias petulantes,
herradas de jolgorio y de zafiros,
a un silbo libertario alejandrino,
de un viento duradero y sin pesares.

Dos hadas del charco en vuelo tejidas,
sin lindes, gozan, de sus heredades,
sin fronteras que dicten las inquinas.

Sutiles son las sombras del alambre,
sus retoños, etéreos, las espinas,
son prosperidad de las soledades.


Negro sol (no al petróleo en Fuerteventura)

Dime quién quiere desaguar el mar,
ocupar su sitio, violando el agua,
triste mi barca en su quietud de estatua,
la marea no le saca a bailar.

Ya no navega en sus zapatos de sal,
rotos de salpicaduras quemadas,
son las centellas negras de esta fragua,
las que ella recordaba de cristal.

Hoy nuestra orilla ya no vestirá
el húmedo pijama de pleamar,
de piel azul con pestañas de nieve,

adiós a sus rizos de hebra de leche,
al sombrío de su cebada verde,
que un negro sol le ha venido a secar.










Calendario

Soplas los pétalos del almanaque,
Enero se rasga lánguido y frío,
el desnudo Febrero en un suspiro,
sus luces siempre muriéndose de hambre.

Caen Marzos pluviosos o rutilantes,
y los Abriles en flor engreídos,
también lo harán el Mayo presumido,
con Junio y Julio y su rima asonante.

Agosto se funde ardiente y pajizo,
alas ocres de polilla en Septiembre,
sueltan los robles rotos de soplidos.

Octubre gesta tristeza en su vientre,
Noviembre y Diciembre se la han bebido,
linde fingido de muerte y simiente.